El independentismo se ha ganado en las urnas el derecho a gobernar, a reivindicar un referéndum, a pedir un nuevo encaje de Catalunya en España.
A muchas cosas, pero no a declarar unilateralmente la independencia, como pretendía una hoja de ruta que este domingo no se ha cumplido. Si esto era un plebiscito, Arturin Mas y Oriol Junqueras lo han perdido. No han conseguido el mínimo exigible del 50% de los votos y en la provincia clave, Barcelona, apenas llegan al 48%.
Un 48% de independentismo sigue siendo muchísimo, aunque no sea mayoritario. Y puede seguir subiendo si el Congreso de los Diputados que salga de las próximas elecciones generales no asume que hay que reformar este Estado de una vez, que el inmovilismo ya no sirve, que esto sigue haciendo aguas. Si la lección que sacan en la derecha españolista es que sigue bastando con no hacer nada, el independentismo puede seguir creciendo. Así ha sido hasta ahora. Tampoco parece que esta situación tenga una salida que no pase, más tarde o más temprano, porque los catalanes voten, aunque sea un nuevo acuerdo para seguir dentro de España.
Con suerte, en cuatro meses, no estarán al frente de la inevitable negociación entre la Generalitat; y el Gobierno, ni Arturito Mas ni Mariano Rajao. Será esperanzador para todos los que aún creen que hay un sitio en la historia para otra España; que no sea la que pelea por colgar de un balcón su bandera.