https://youtu.be/maM5QI3REw8

sábado, 9 de abril de 2011

Foolish..



Por eso, si preguntamos a cualquiera qué significado tienen ambos conceptos es posible que recibamos también un sinfín de respuestas, la mayoría de ellas haciendo uso de otro adjetivo que se considere sinónimo. Sobre tonto, nos pueden decir que equivale a necio, cretino, idiota, gilipollas, imbécil, de pocas luces, etc., y sobre listo, seguramente lo relacionarán con inteligente, agudo, espabilado, sagaz, aprovechado, despierto, que sabe mucho, etc. Pero es muy posible que nadie articule una definición razonable de los dos adjetivos que nos ocupan. El Diccionario de la Real Academia Española (RAE) tampoco aporta mucha luz a la cuestión. Creo, por tanto, que nuestro idioma no se puede permitir mantener tal indefinición sobre términos tan utilizados; es necesario precisar su significado.

Para mí la definición de listo es muy sencilla: «persona que hace lo que le conviene o no hace lo que no le conviene»; por tanto, tonto «es el que no hace lo que le conviene o hace lo que no le conviene». A poco que pensemos en ello, comprobaremos que tales definiciones son las más apropiadas para estos adjetivos, al margen de que ambos, como decía al principio, tengan una utilidad muy variada y recurrente en nuestro usos lingüísticos, más como recurso fácil e impreciso que como expresión calificadora de un comportamiento o manera de obrar en concreto...



Tratando de buscarle el sentido práctico a lo dicho hasta ahora, lo más importante, sobre todo para los que tienen la inquietante sospecha de que tienden a ser tontos o comportarse como un tonto, es saber que estas actitudes no son un mal incurable... si se tiene la suficiente lucidez para percatarse del problema y asumirlo. Esta es la clave para dejar de ser tonto: darse cuenta de que se está siéndolo. Porque debe quedar claro que si el tonto no repara en que lo está siendo, difícilmente tendrá arreglo. En este caso habrá que clasificarlo ya no como tonto sino como necio, que es mucho peor.

Así que hay que estar muy alerta sobre la posible tontez de uno. Esto no es fácil, pero tampoco muy difícil, sobre todo si se cuenta con alguna ayudita bienintencionada. Por eso, si escuchamos algo así como «...no seas tonto...» o «...estás haciendo el tonto...» proveniente de alguien que nos quiere, no lo echemos en saco roto; hay que tomárselo en serio, podría ser el inicio de una reconversión necesaria de nuestra actitud en el asunto concreto de que se trate o en el comportamiento personal en general. En otras palabras, la advertencia, si la tomamos en serio, podría ser el primer paso para dejar de hacer el tonto o dejar de serlo. Porque, como ya he dicho, pasar de tonto a listo es factible; es cuestión de proponérselo, autoanalizarse y, en nuestros actos, tener siempre presente qué es lo que nos conviene y lo que no. Al hilo de esto, me viene a la memoria una frase que solía decir alguien al que conocí hace muchos años: «Donde no hay beneficio la pérdida es segura». Tenerla en cuenta ayuda a no hacer el tonto

Recapitulando, sostengo que tanto un tonto como un listo pueden dejar de serlo: el tonto si es listo y se lo propone, y el listo si es tonto y cambia de actitud. Insisto en que esto hay que tenerlo muy en cuenta. Ser tonto y listo ni es de nacimiento ni necesariamente tiene que ser para toda la vida, por tanto, los tontos se pueden corregir y los listos no deben confiarse.

Dicho todo lo anterior, hay que agregar que el grado de inteligencia de las personas no necesariamente guarda relación con su actitud lista o tonta; hay inteligentes que no se comportan como listos y personas con corta inteligencia que no tienen un pelo de tonto. Obviamente, la inteligencia es un buen atributo para reflexionar y pensar con la clarividencia suficiente para darse cuenta de lo que a uno le conviene, por lo que los más inteligentes tienen más posibilidades de comportarse como listos, aunque es probable que esta regla tenga un porcentaje considerable de apcepciones.

Por finalizar, diré que, como otros adjetivos, tonto y listo tienen sus derivados; me detendré en listillo. Aunque lo pueda parecer, no es realmente un diminutivo, tiene un claro tufillo despectivo. En realidad debe ser aplicado al que se pasa de listo, que, dicho sea de paso, es un mal que aqueja al que cree que los demás son tontos y él el único listo; craso error. El listillo es el que obsesionado con hacer lo que le conviene, pero sin ninguna consideración hacia los demás, se excede en su propósito, lo que normalmente le llevará a fracasar en el intento. Un ejemplo simple sería el del que llevado por su afán desmedido de pasar por delante de los demás se cuela en una fila en la que otros, a los que considera tontos, aguantan pacientemente su turno y respetan el de los demás. Si éstos no son tontos, que será lo más probable, expulsarán a patadas al listillo obligándole a ponerse el último. Lo que tendrá merecido por listillo, o sea, por pasarse de listo, o sea, por tonto.



P.D."La enfermedad del ignorante es ignorar su propia ignorancia".

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Pedrosa